Adolfo Navascués Gil
Anecdotario-Memorias
Edita El fantasma de los sueños
ISBN – 978-84-15799-47-4
Año de esta edición: 2014
Páginas: 139
BREVE RESEÑA: Conociendo en persona a Adolfo como lo conozco, no he podido evitar imaginarlo de niño cuando nos cuenta esas anécdotas con su caballo-caña, como el niño de la portada, que bien podría ser él, pero que es su hermano; tanto monta, monta tanto.
El autor regresa a su niñez en este, su primer libro, un libro fácil de leer que a buen seguro provocará episodios de añoranza y nostalgia entre muchos lectores, al menos entre los que compartimos una cierta edad.
La vida vista desde los ojos de un niño, distorsionada sin duda por las historias que le contaban parientes fantasiosos, a quizás no tanto, y que él asimilaba con desconcierto propio de su edad, pero también la vida vivida y contada en primera persona, un niño curioso que siempre permanecía atento a cualquier acontecimiento que transcurriera a su alrededor.
«Abrió una alacena cuya puerta estaba destartalada y tomó un trozo de metro y medio de longaniza más seca que el ojo de un tuerto, se la golpeó en el pecho para quitarle la porquería y las cagadas de roedores y sin ningún tipo de escrúpulos se la zampó de dos bocados, pues grande es la boca de los Gil e inmensas sus tragaderas.»
Al final del libro incluye datos interesantes sobre el apellido Gil.
Esta edición de EL FANTASMA DE LOS SUEÑOS es sin ánimo de lucro, realizada para ayudar al mantenimiento de Radio Lorquí, y en especial al programa de EL BANCAL DE LOS ARTISTAS.
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SINOPSIS-BIOGRAFÍA:
Adolfo Navascués Gil, nació en Gallur (Zaragoza), a los dieciséis años, cuando todavía tenía que estar jugando con su caballo caña, conquistando princesas y reinos, su espíritu aventurero le llevó a embarcarse en un submarino. En sus interminables horas de guardia, escribía a escondidas, en libretas y papeles sus recuerdos. Un día, encontró una princesa en el Reino de Murcia, a la que más tarde convirtió en Reina; el Marqués de la Contraacequia le regaló un “caballo blanco”, para que fuera a visitarla, un buen día, en el puerto de la cadena, a las cinco de la mañana se quedó sin gasolina, y tuvo que llenar el depósito de combustible, no le quedó más remedio que tomar aquellos papeles escritos y a modo de embudo rellenar el tanque.
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