Dejar reposar el texto antes de corregirlo

Dejar reposar el texto antes de corregirlo

Cuando escribas un libro, revísalo y luego deja reposar el texto antes de corregirlo. Es interesante verlo desde otra perspectiva antes de la corrección definitiva.
La primera corrección a fondo que realizo de mis libros la hago transcurrido como mínimo un mes desde su finalización, a veces incluso más, las revisiones que se hacen de forma inmediata sirven de bien poco porque uno es incapaz de ver sus propios errores y pasa sobre ellos una y otra vez sin reconocerlos. El procedimiento que sigo en este aspecto es el siguiente:

1.- Cada día, antes de ponerme a escribir, reviso sobre pantalla lo escrito el día anterior, aplicando ciertas correcciones sobre la marcha, modificaciones, ampliando, eliminando cosas, etc.

2.- Una vez terminado el primer borrador de la novela, hago una revisión inmediata de todo el texto incluyendo más correcciones y modificaciones. Esta revisión completa también la hago sobre la pantalla del ordenador, sin llegar a imprimir nada en papel.

3.- Imprimo ese primer borrador ya corregido que será el que depositaré en el Registro de Propiedad Intelectual, aunque no sea el texto definitivo que luego se publicará.

Dejar reposar el texto antes de corregirlo

4.- Luego viene ese primer reposo entre uno y dos meses para, en cierto modo, desvincularme voluntariamente de mi obra y de mis personajes, y hago otra corrección, la primera sobre el papel impreso, que da como fruto un segundo borrador. La tendencia en este punto siempre es eliminar parte del texto, además de corregir más errores. Hay autores que afirman que lo correcto es que en esa fase de la corrección se debería eliminar al menos el diez por ciento del contenido. He de ser sincero y admitir que yo elimino mucho menos. Creo que a un texto, por mucho que se revise, siempre le quedará algo por corregir o modificar. Solo he sido capaz de eliminar hasta un veinte por ciento del texto en reescrituras posteriores después de haber transcurrido más de una década desde la creación original. Ha sido el caso de La habitación de las mariposas y de El encantador de abejas, ambas novelas completamente reescritas en la actualidad y cuyas versiones originales ya no están disponibles salvo en mercadillos de segunda mano y en alguna librería olvidada.

5.- Normalmente no doy a leer lo que escribo cada día, es otro de los motivos por los que no me gustan los talleres de escritura donde a diario se leen y comentan los textos escritos, quedando excesivamente influenciados por opiniones que no siempre son mejores que las de uno mismo. Lo que leen mis primeros lectores es el primer borrador, o a veces el segundo. He de admitir que esto no es casual; en mis primeras novelas compartía los textos sobre la marcha, pero he aprendido que eso no es conveniente porque uno acaba influenciado por mil comentarios y a veces pierde su propia perspectiva de la historia queriendo «quedar bien» con todo el mundo. Ahora ya lo tengo claro: primero el novelista tiene que escribir su propia novela sin compartirla con nadie, ya habrá tiempo de cambiarla entera si es necesario. La historia es tuya y solo tú tienes derecho a completarla como mejor te plazca, y únicamente dejará de ser completamente tuya cuando los primeros lectores la lean. Poco antes de escribir la segunda versión ampliada de Quiero ser novelista, acababa de terminar mi undécima novela, la primera en la que compartía autoría: Tierra de libélulas, basada en el guion cinematográfico El desentierro, de Nacho Ruipérez. Nacho me estuvo insistiendo durante los meses en que estuve trabajando en la adaptación, en que le fuese pasando cosas escritas, borradores, descripciones de personajes, capítulos enteros… Solo le di unas pocas páginas al principio como prueba de que había comenzado el trabajo… y eso fue todo. A pesar de que la historia original era suya, ha tenido que esperar a que se terminase el primer borrador para poder leerla entera. Haberlo hecho de otro modo hubiera sido un caos y me habría influenciado más de lo que yo estaba dispuesto a dejarme influenciar, y la única manera de evitar estas cosas es guardar a buen recaudo todo lo que se va escribiendo y modificando en el día a día, hasta que la historia llega a su fin. Creo que fue Arturo Pérez Reverte quien dijo: «No pidas consejos. Unos te dirán exactamente lo que creen que deseas escuchar; y a otros, los sinceros, los apartarás de tu lado. Esta carrera de fondo se hace en solitario. Si a ciertas alturas no eres capaz de juzgar tú mismo, mal camino llevas. A ese punto solo llegarás de una forma: leyendo mucho, intensamente. No cualquier cosa, sino todo lo que necesitas. Con lápiz para tomar notas, estudiando trucos narrativos —los hay nobles e innobles—, personajes, ambientes, descripciones, estructura, lenguaje. Ve a ello, aunque seas el más arrogante, con rigurosa humildad profesional. Interroga las novelas de los grandes maestros, los clásicos que lo hicieron como nunca podrás hacerlo tú, y saquea en ellos cuanto necesites, sin complejos ni remordimientos. Desde Homero hasta hoy, todos lo hicieron unos con otros. Y los buenos libros están ahí para eso, a disposición del audaz: son legítimo botín de guerra».
Esos primeros lectores —cuatro o cinco nada más— a los que les entrego a cada uno de ellos un ejemplar encuadernado en gusanillo, me los devuelven con sus notas, con los errores detectados, con comentarios, sugerencias… Con todo eso elaboro el tercer borrador de mi novela que es el que envío a las editoriales —últimamente ya no envío originales a las editoriales— después de haberlo releído de nuevo y hecho nuevas modificaciones y correcciones, que como digo, siempre las hay… y siempre las habrá por muchas veces que se revise.
Si ya dispongo de una editorial dispuesta a publicarlo, será ahora el corrector de la editorial quien hará una revisión exhaustiva de la novela y me la enviará con esas correcciones a las que yo debo dar el visto bueno. Esa operación puede repetirse varias veces porque suelo incluir nuevas modificaciones que requieren otras tantas revisiones; una auténtica psicosis en busca de la perfección que nunca se alcanza. Todo hasta llegar a un texto —que nunca podemos llamar definitivo— que es el que se va a publicar después de pasar por maquetación e imprenta. Esa ha sido la táctica en las novelas publicadas por ECU-Narrativa: La habitación de las mariposas, El fantasma de los sueños, El encantador de abejas y El príncipe de las moscas. Después de El príncipe de las moscas llegó Las voces de las hormigas, momento en que decidí tomar otro camino.
Normalmente en ediciones siguientes se realizan nuevas revisiones. Concretamente en La habitación de las mariposas, el texto es el mismo en las primeras cuatro ediciones y aparece una revisión mayor a partir de la quinta, hasta que por último fue totalmente reescrita para la sexta edición. Ahora estoy trabajando en la séptima edición que posiblemente (solo posiblemente) sea la versión definitiva con un radical cambio de portada y la recuperación del que fu su primer subtítulo: Más allá de la clonación. 

Otras novelas mías —Confieso, Recuerdos, Aldea…— han sufrido revisiones más a fondo a partir de la segunda edición. En esas cosas cada novela es un mundo y sus vidas pueden ser muy distintas.

Hay autores que deciden desentenderse de sus obras una vez escritas o una vez publicadas. Tal es el caso de Alberto Vázquez-Figueroa que afirma no haber vuelto a leer nunca sus libros. Yo soy incapaz de tal cosa y cada nueva edición implica, al menos, una nueva lectura.

@lecturaderamon

@ramoncerda

2 Comments

  1. Corregirte tiene un inconveniente muy serio: ¿qué haces cuando ves que esos fallos que has tenido tú los tuvieron también Cela, Saramago, Lope o incluso Cervantes? ¿Te sientes mal? ¿Te llenas de soberbia? ¿Rumias tu hipercriticismo?

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    • Ramón Cerdá

      Sinceramente no me preocupa que esos mismos errores los hayan tenido grandes escritores. Lo que pretendo siempre, es que mis textos queden lo mejor posible y, a veces, confiando en los correctores de las editoriales, han llegado cosas al público que deberían haber sido más filtradas. Actualmente, con cada nueva edición hago una nueva corrección (o más). Intento que el texto esté cada vez más pulido.
      Lo que no me gusta es corregir a otros porque es un arma de doble filo y no siempre se acogen bien los comentarios ;-)

      Dicho todo esto, hay que matizar que uno no es mejor o peor escritor por el hecho de tener alguna que otra falta de ortografía, cosa que a menudo se confunde. Hay grandes lingüistas que jamás cometerían una falta de ortografía pero carecen de imaginación para escribir una novela o un simple relato corto, y muchos famosos escritores a los que les revisan y corrigen a fondo sus textos.

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