La noticia no es nueva, creo que hace algo más de un año que se sacaron esta norma de debajo de la manga. Los presos británicos ya no pueden recibir paquetes con libros desde el exterior. No es estrictamente una prohibición de leer, pero casi, porque las bibliotecas carcelarias no suelen estar muy surtidas y parece ser que las británicas aún lo están menos.
Teniendo en cuenta las horas que pasa un preso en la celda y en el patio, privarlo de la posibilidad de leer es aberrante, además de que va contra la reinserción que es, se supone, lo que se busca. Cierto que no todos los presos leen, pero privar a una persona de la lectura, cuando ya se le ha privado de la libertad, es un doble castigo sin justificación.
¿Prohibido recibir libros? Una atrocidad
Los presos no solo han de poder leer, sino que deberían poder leer cualquier libro, sin censuras de ningún tipo. Los funcionarios alegan que es por seguridad, para que no se les pase droga o cualquier otra cosa con los libros, pero eso es muy fácil de detectar; al fin y al cabo abren todos los paquetes que vienen del exterior (al menos en España lo hacen) y pueden verificar el contenido de los libros.
A estos ingleses yo los hacía más listos, y lo que más me preocupa de estas cosas es que luego las utilizan otros para justificarse. Si en España se les ocurre prohibir la lectura en los centros penitenciarios, seguro que empiezan diciendo eso tan manido de «en otros países de nuestro entorno ya lo hacen».
Sobre esto opinó el periodista nigeriano Kunle Ajibade, que estuvo encerrado en una prisión «que olía a carne podrida, a excrementos, a orina» pero no estaba prohibido recibir libros: «Yo soy testigo de lo terapéuticos que son los libros en momentos de oscuridad. ¿Es posible que alguien a quien realmente le preocupe la humanidad quiera negarle a un prisionero fortaleza para la mente?».
Ramón Cerdá