La salvación por la literatura, una colaboración de Antonio Mateos

Reseña escrita por Antonio Mateos Muñoz

Reseña escrita por Antonio Mateos Muñoz

 

Pseudoreseña del Diario político y sentimental de Francisco Umbral

Creo que pocos han hecho tanto como Proust sobre la salvación por la literatura. Su vasta obra, en efecto, À la recherche du temps perdu, que tantos elogian y tan pocos leen, es una especie de desesperado antídoto contra el tiempo y sus ravages.
Los únicos que tal vez lo superen en este sentido, son los autores de diarios. A fin de cuentas, un diario no es otra cosa que una verdadera sustitución de la vida o, quizás, sería mejor decir decir, una duplicación de la misma. El diarista se centra casi exclusivamente en su propia vida, busca a ese más que hipotético lector ideal y, con su obra, procura que esta salga ganando mucho.
Mi primera lectura de diarios fueron las famosas Confesiones de Agustín de Hipona. Casi he olvidado toda aquella aguda arquitectura sobre el concepto de tiempo, aunque fue motivo de un trabajo mío. Recuerdo, sin embargo, el famoso capítulo sobre el robo de las manzanas que a tan severo santo le llenó toda su vida de pesar. Russell en su Historia de la Filosofía Occidental se mofa de este hecho y asegura que la insistencia de Agustín en el pecado fue consecuencia del mismo. Uno considera muy conveniente que los niños no roben, si a cambio se ven obligados a admitir que aquellos que no hayan sido bautizados irán directamente al infierno, como suponía el santo de Hipona.
A ella siguieron las de Rousseau que, aligeradas del sentido del pecado, son un verdadero retrato del sensiblero ginebrino, más por lo que ocultan que por lo que muestran. No es extraño que acabara peleándose con todos los enciclopedistas y que hasta llegara a agotar la paciencia del flemático Hume.
Las trece mil páginas del Diario de Amiel son un verdadero cebo para todos los tímidos, entre los que me encuentro, aunque Marañón se esforzara en presentarlo como un hipersexual. Uno lo consideraría el más esforzado paladín de este género, si no fuera porque Trapiello, a lo que parece, lo superará en páginas.
A veces el diario atrae por el puro cotilleo. Las Mémoires d`une fille rangée abundan en esto mismo. Beauvoir nos cuenta sus amores universitarios, el famoso encuentro con le divin Sartre, junto a algún sabroso incidente. Recuerdo el de aquel estudiante, rubísimo y muy guapo —creo que se llamaba Marco— con el que todas las chicas se querían ir a la cama. En poco tiempo, sin embargo, pasados los esplendores de su belleza, suplicaba por alguien que quisiera acompañarlo por la noche. Que haya permanecido en mi memoria lo achaco a la época en que leí el libro: veinteañero y, aunque no guapo, temeroso de sufrir el mismo destino.
No se extrañen entonces de que mi última lectura sea justamente un diario: Diario político y sentimental de Francisco Umbral (Planeta 1999). No me extenderé sobre el mismo porque al vallisoletano le he dedicado algunas páginas en mi libro, De nóbeles y Cervantes —hay que aprovechar la ocasión para hacer marketing—. En él encontramos la múltiple prosa de Umbral, un tanto reposada por la edad. Su extraordinaria capacidad para evocar sensaciones: «Lo que de verdad busco, lo que muerdo es chocolate rancio, ah del pasado, el desorden cocotte de las verduras, los tarros de aceitunas como ojos y las tortas de Alcázar, el sabor cande de las viejas tardes, nada de eso respira en la nevera, un paralelepípedo de hielo, sino que hay que venir a esta despensa, al rincón más aldeano de la casa, para probar licores como sangre de vírgenes antiguas, el dulzor verdelís de las manzanas y ese sabor dormido del anís». Su sentido festivo e irónico: «Raphael celebra su 35 aniversario como artista con un álbum y un tour mundial, que hoy me comunica. El Rapa es viejo amigo desde que solo compraba cuadros a Tino Grandío, como doña Carmen Polo de Franco. Tenía el estudio de soltero lleno de fotos de doña Carmen y cuadros de Grandío, el gallego que murió de cáncer de picha».

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