Ya estamos muy acostumbrados a las advertencias de contenido nocivo que llevan las cajetillas de cigarrillos, donde se nos advierte de todo lo malo que nos puede ocurrir si fumamos. Personalmente estoy en contra de estos métodos porque me parecen intervencionistas, pero si el asunto lo llevamos hasta el extremo de aplicarlo a los libros y hacerlo en función del contenido de los mismos, la cosa ya no se quedaría en intervencionismo sanitario sino que el problema me parece mucho más grave; hablamos de manipulación pura y dura. Y no es algo que esté inventando sobre la marcha, algunas universidades de EE.UU. pretenden que los libros contengan este tipo de advertencias sobre su contenido, y como ejemplo ponen al libro Todo se desmorona, de Chinua Achebe, que según dicen, puede incomodar seriamente a los lectores que hayan experimentado racismo o persecución religiosa.
Otra advertencia que proponen es para el libro de Virginia Wolf: La señora Dalloway porque aseguran que contiene un análisis demasiado flagrante sobre las tendencias suicidas de la protagonista.
Todo esto me recuerda también al caso del libro de Stephen King: Rabia, que yo mismo reseñé en esta página.
Tendríamos que preguntarnos qué es lo que nos proponemos como sociedad si vamos a poner advertencias de contenido nocivo en los libros, y dónde queremos llegar. ¿Recomendar la no lectura de ciertos libros porque pueden herir sensibilidades? ¿Qué forma de educar es esa?
Me parece ridículo y contraproducente, además de manipulador. Para eso ya están las sinopsis y las reseñas de los libros. Cualquier lector se puede hacer una idea del contenido de un libro antes de empezar a leerlo, y cualquiera debería de ser lo bastante autosuficiente como para abandonar la lectura antes de finalizarlo si el libro no cubre sus expectativas.
Empezaremos con esto y terminaremos volviendo a quemar libros en la plaza Mayor del pueblo.
Ramón Cerdá