Efectos editoriales perversos con los escritores independientes

Efectos editoriales perversos con los escritores independientes

Lo primero que quería matizar es el concepto de escritor independiente; desde luego, yo me considero como tal porque no dependo de ninguna editorial, aunque en estos momentos tengo cedidos los derechos parciales de dos obras a dos editoriales distintas, una española y otra italiana. En cualquier caso, la cesión de derechos es parcial y puedo seguir disponiendo de esas dos obras en según qué ámbitos. Por lo demás, el resto de mis libros están libres de derechos y los manejo a discreción. Eso, evidentemente, es independencia porque los edito y distribuyo según mi propio criterio, además de no descartar firmar algún contrato esporádico con editoriales si las condiciones son óptimas. Pero cuando se habla de escritores independientes, puede que algunos de los que publican en editoriales tradicionales se sientan ofendidos puesto que también se sienten independientes, porque escriben lo que quieren y no siguen las directrices de la editorial para realizar su obra. Sí, a eso también se le puede llamar escritor independiente, no digo que no, pero yo me estaba refiriendo más a lo primero, a aquellos escritores que, se autopubliquen o no, no tienen firmados contratos en exclusiva con editoriales.

En cuanto al concepto «perverso», me refiero a una de las acepciones del diccionario: «Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas».

 

El origen del término independiente relacionado con las obras artísticas

El término «independiente» ya se usó en el siglo XIX para un grupo de pintores de Francia a los que no se les permitía exponer en el Salón de París. De ahí surgió una agrupación para exponer por su cuenta en 1863; una especie de exposición alternativa o independiente, como se la quiera llamar. Fue algo más tarde, ya en el siglo XX cuando esa «independencia» artística, se extendió a otras expresiones y se la empezó a llamar «indie», un término que Amazon rescató no hace mucho para unas determinadas publicaciones de libros electrónicos. De hecho yo creo que figuro como autor indie en Amazon.

Son ahora esos autores (debería decir somos) los que, saltándose los canales tradicionales, se presentan directamente al lector, publicando y promocionando sus obras de manera independiente, porque las editoriales tradicionales se arriesgan muy poco con esos autores, entre otras cosas porque no es fácil distinguir entre tanto maremágnum, qué puede ser comercialmente rentable y qué no. Hay ciertas excepciones y algunas editoriales han rescatado a un determinado número de autores de Amazon para incluirlos entre los de su catálogo, pero han sido pocos y algunos de esos pocos, tras una primera publicación, han desaparecido de nuevo de sus catálogos. Llegado a este punto también quiero añadir que alguno de esos autores (se pueden encontrar testimonios en internet) se ha sentido engañado porque no le iba tan mal en su independencia y, al firmar el contrato en exclusiva con la editorial, la promoción de sus libros ha bajado al quedar diluida en el gran catálogo, llegando a la paradoja de vender menos de lo que vendía antes siendo independiente. Una de las estrategias de promoción en esos casos es realizar una especie de rueda de autopromoción, haciendo hablar bien de las obras de todos ellos… a todos ellos. Unos hablan del las obras de otros y otros de las de uno, todo orquestado por la editorial a la que no le cuesta un duro este tipo de promoción cruzada y que además, los utiliza también para que promocionen otras obras de su catálogo. Un efecto perverso inspirado en lo que muchos autores independientes hacen en Amazon «intercambiando» estrellas, un juego en el que debo decir que nunca he entrado porque me parece poco ético. Pero hay otra perversión mayor de la que hablaré unas líneas más abajo.

Los críticos literarios tampoco tienen ahora tiempo de descubrir talentos, por lo mismo, por la saturación existente y por las muchas decepciones que supongo que se habrán llevado tras los primeros intentos de encontrar algo potente. Y con los agentes literarios sucede otro tanto, ni tienen tiempo, ni les resulta rentable saturar sus carteras de ofertas porque diluyen su fuerza a la hora de negociar con las editoriales. ¿Saben qué es lo único que «descubren»?, las obras de autores que ya han tenido gran éxito en otros países, comprando los derechos para las traducciones. Lo llaman descubrimientos pero en realidad el único que, en todo caso, ha hecho un descubrimiento, es el que lo haya editado en su país de origen. Sería el caso de Stieg Larsson.

Estas situaciones son las que han hecho crecer las ofertas de las editoriales de coedición, que en realidad no son tales; ya he hablado de ello otras veces. Dicen ser de coedición pero le cobran toda la edición al autor y se quedan con los derechos, al final los resultados son nefastos para el autor (y no conozco excepciones). Antes que la coedición, siempre será mejor una autoedición.

 

¿Cuál es el siguiente movimiento perverso de las editoriales tradicionales?

Además de no querer arriesgar con autores independientes (cosa que no critico porque podrían arruinarse pronto si no fueran selectivas), también son conscientes de que se les puede escapar más de una buena pieza en su política de rechazo continuo e indiscriminado basado en criterios poco óptimos, y lo saben por experiencia porque siempre ha ocurrido, autores rechazados una y otra vez han acabado siendo publicados con un éxito arrollador… por la competencia. Puedo adivinar lo que han sentido las editoriales que previamente lo habían rechazado. ¿Cuál es por lo tanto la otra opción? ¿Qué hacer para rechazar al autor educadamente y al mismo tiempo mantenerlo, de alguna manera, en sus redes y ganar dinero con él? ¿No lo adivinan? Es genial, el que ha tenido la idea es un verdadero artista de la mercadotecnia:

La editorial rechaza la obra del autor y, en la misma carta de rechazo, le hace una oferta de autopublicación, sería genial de no ser tan perverso.

 

No voy a dar nombres, pero esto es lo que «ofrecen» después de supuestamente haber leído la obra del autor:

«Por motivos logísticos, no nos es posible la devolución de los manuscritos recibidos y no seleccionados para su edición por lo que, en el plazo de tres meses a partir de esta fecha, procederemos a la destrucción de la copia que nos envió. Aprovechamos la ocasión para invitarle a conocer […], la plataforma de autopublicación que […] Editorial ha impulsado para aquellos autores que deseen explorar esta vía. Puede hallar más información en www.[…].com o llamando al teléfono gratuito 900 […].»

Y digo yo… si realmente se han leído la obra e intentan hacer una carta personalizada, ¿por qué la empiezan así?: Apreciado/a señor/a:

 

Ramón Cerdá

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